sábado, 28 de febrero de 2009

Recordar la expulsión de los moriscos.

Desde el diario Levante, se nos invita a recordar la expulsión de los moriscos, calificándolo de "limpieza étnica" y de intolerancia religiosa y política.
El autor del artículo, comienza el mismo, cómo no, haciendo alusión a un supuesto despilfarro de la Generalidad Valenciana que, celebró en 2008 los 800 años del nacimiento de Jaime I. En un alarde de ignorancia llama a este fundador de Valencia cuando, en honor a la verdad, no la fundó, sino que la conquistó o mejor dicho, reconquistó.
No contento con esto, continúa el artículo denunciando el silencio del Gobierno valenciano en materia de lo que él llama la principal efeméride de 2009: los 400 años de la expulsión de los moriscos de Valencia.
Al escribir el citado artículo, su autor nos muestra, no sólo su ignorancia histórica, sino también su antiespañolismo. Se incluye en el citado diario una viñeta cómica de muy mal gusto.

No es un episodio agradable de nuestra historia. pero la historia no siempre es agradable. En todo caso, se trata de un hecho que hay que juzgar con conocimiento de sus causas - religiosas, políticas y militares - y en su contexto, tanto interior como exterior. Otras naciones expulsaron a sus minorías. España expulsó a los moriscos. ¿Había otra solución?. Esa es la pregunta. 
Así concluye el capítulo 35 del libro "La gesta española", de José Javier Esparza, titulado "La expulsión de los moriscos", donde lo explica todo con tal sencillez, que hasta el cateto escritor del diario Levante lo podrá entender.
A continuación escribo punto por punto el citado capítulo para ilustrar las mentes cerradas de los rojiprogres:

Dentro de la Leyenda Negra antiespañola hay algunos asuntos que son permanentes y que, además, han terminado siendo asumidos por los propios españoles como borrones de nuestra historia. Entre esos asuntos están las expulsiones de las minorías étnicas, judios y moriscos, del siglo XV al siglo XVII. Son cuestiones polémicas, sin duda, pero algo debe quedar claro: no se trató de decisiones arbitrarias de un poder despótico y racista, sino que obedecieron a motivaciones políticas, religiosas y sociales de hondo calado. Ya nos hemos ocupado de la expulsión de los judíos. Hablemos ahora de los moriscos. ¿Por qué España expulsó a los moriscos? Lo vamos a explicar.

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Quizás haya que empezar por el principio: ¿Por qué había moriscos en España?¿Qué eran exactamente los moriscos?
Tras la toma de Granada por los Reyes Católicos, concluye la Reconquista. ¿Qué ocurre con la población mora?
Inicialmente, las capitulaciones de la conquista permitían a los musulmanes mantener su religión, sus costumbres y sus leyes. Pronto, sin embargo, la situación se hace insostenible. En parte, por la intransigencia de los vencedores; en parte por la deslealtad de algunos cabecillas vencidos del viejo Reino de Granada. El hecho es que apenas diez años después, entre 1500 y 1502, el cardenal Cisneros, que es el hombre fuerte del país, decide forzar la conversión: que todos los musulmanes españoles, los mudéjares, se hagan cristianos, y los que no quieran, que se vayan. Muchos se marcharán, pero la gran mayoría se quedará. Esos apresurados conversos son los moriscos.
¿Y cómo se sabía que eran moriscos, si se habían convertido?. Pues porque conservaban todos los rasgos de la cultura árabe: las vestimentas, los ritos sociales, las costumbres, la escritura, la lengua y según se vería después, en muchos casos, secretamente, también la religión.
Pese a los decretos de conversión forzosa, el poder les había dejado en paz. Por una razón muy importante: la inmensa mayoría de los moriscos trabajaba en el campo, eran la base del sistema señorial en el sur, y ellos mismos, los moriscos, se las habían arreglado para agradar al emperador con sustanciosos donativos. De modo que, a lo largo del siglo XVI, los moriscos formaban una comunidad étnica singular, formalmente cristiana, pero de cultura musulmana y separada del país.

La rebelión de las Alpujarras.
La Corona habría podido mantener esa situación indefinidamente sin el menor problema, pero en la época de Felipe II surgió un terrible contratiempo: el poder otomano se extendía al Mediterráneo occidental, los piratas berberiscos asolaban las costas españolas y el rey temía seriamente que los musulmanes intentaran entrar de nuevo en España. ¿En quién podrían apoyarse los musulmanes para esta invasión? En los moriscos, por supuesto. ¿Y era justo desconfiar de los moriscos? A partir de ese momento, hacia 1560, sí. Las Alpujarras, una zona del reino de Granada mayoritariamente morisca, se había convertido en un permanente escenario de conflicto. Todo empezó con la aparición de bandas de salteadores de caminos, los llamados «monfíes», que atacaban las posesiones de los cristianos viejos y asesinaban a los colonos. Felipe II, en respuesta, decidió prohibir las manifestaciones externas de la cultura musulmana: la lengua árabe, los atuendos, las ceremonias....Así comenzó la rebelión de las Alpujarras.
 Estamos en 1569. La rebelión de las Alpujarras no fue un motín callejero. Fue un levantamiento político y militar. Los moriscos eligieron rey: Fernando de Córdoba y Válor, descendiente de la familia califal cordobesa, que recuperó su nombre árabe de Abén Omeya (Abén Humeya, le llaman las crónicas). La sublevación estuvo apoyada económicamente desde Argelia. Contó con ayuda berebere y turca. Corrió como la pólvora por todas las zonas de mayoría musulmana. En 1569 los sublevados eran 4.000; al año siguiente ya eran 25.000. A Felipe II le sorprendió con todos sus ejércitos en Flandes. La población cristiana, indefensa fue masacrada. El poeta y diplomático Diego Hurtado de Mendoza, testigo de los hechos, lo describió así en su Guerra de Granada:

Comenzaron por el Alpujarra, río de Almería, Boloduí y otras partes, a perseguir a los cristianos viejos, profanar y quemar las iglesias con el sacramento, martirizar religiosos y cristianos, que, o por ser contrarios a su ley, o por haberlos adoctrinado en la nuestra, o por haberlos ofendido, les eran odiosos. En Guecija, lugar del río de Almería, quemaron por voto un convento de frailes agustinos, que se recogieron a la torre, echándoles por un agujero de lo alto aceite hirviendo, sirviéndose de la abundancia que Dios les dio en aquella tierra, para ahogar a sus frailes. Inventaban nuevos géneros de tormentos: al cura de Mairena le hincharon de pólvora y pusiéronle fuego; al vicario enterraron vivo hasta la cintura, y lo asaetearon; a otros lo mismo, pero dejándolos morir de hambre. Cortaron a otros los miembros, y entregáronlos a las mujeres, que con agujas los matasen; a quien apedrearon, a quien hirieron con cañas, desollaron, despeñaron; y a los hijos de Arce, alcaide de La Peza, a uno lo degollaron, y al otro crucificaron, azotándole, e hiriéndole en el costado primero que muriese. Sufriólo el mozo, y mostró contentarse de la muerte conforme a la de Nuestro Redentor, aunque en la vida fue todo al contrario; y murió confortando al hermano que descabezaron. Estas crueldades hicieron los ofendidos por vengarse; los monfíes por costumbre convertida en naturaleza.

 Hurtado de Mendoza no era un testigo imparcial: mandaba uno de los ejércitos españoles contra aquella rebelión. Pero no debía de andar muy descaminado, porque las crueldades de los moriscos constan de manera fehaciente. Tan fehaciente que incluso se las aplicaron a sí mismos. Hay que olvidar la imagen de unas comunidades de tranquilos campesinos que se sublevan porque quieren defender sus costumbres musulmanas. Cuando los moriscos sitian Granada, esperando que sus hermanos de la ciudad se les unan, éstos deciden ponerse del lado de la Corona: no se fiaban de la fama de sanguinarios que acompañaba a los contingentes de Abén Omeya. La verdad es que la rebelión de las Alpujarras fue una orgía de sangre que terminó volviéndose contra los propios moriscos, y así apuñalado por sus hombres, muere su líder, Abén Omeya. Le sustituye su primo, Abén Abú.
 Para entonces los españoles ya han podido reunir un gran ejército. Al principio la guerra ha sido una dura pugna de emboscadas en las serranías, donde las milicias andaluzas han podido contener la expansión de los facciosos, pero poco más. Pronto, sin embargo, la Corona moviliza un fuerte contingente de tercios traídos de Flandes y Levante, capitaneados nada menos que por don Juan de Austria, el hermanastro del rey. Juan de Austria fue implacable: pasó a la ofensiva, tomó ciudades, trató al enemigo con enorme violencia. Consiguió su propósito, que no era sino descorazonar a los moriscos, desacreditar a sus jefes y forzarles a pactar una paz. Es mayo de 1570 cuando El Habaqui, uno de los líderes moriscos firma la paz. Los últimos sublevados, reunidos en torno a Abén Abú, tratan de hacerse fuertes en las cuevas de la sierra, pero no son enemigos para los tercios; de hecho, pronto empiezan a pelearse entre sí. Primero, los hombres de Abén Abú matan a El Habaqui. Después Abén Abú morirá a su vez, apuñalado por sus hombres, como murió Abén Omeya.
 Esto son solo los últimos coletazos. La suerte ya está echada. Felipe II, para conjurar cualquier nueva rebelión, ordena el destierro de los moriscos de las Alpujarras. No los expulsa de España, sino que los traslada a otras regiones de la península, sobre todo a Extremadura y La Mancha. Allí restablecen sus comunidades, ahora bajo extrema vigilancia. Hay que insistir en la descripción exacta de la situación: pese a la violencia de la guerra de las Alpujarras, Felipe II no expulsa a los moriscos, sino que deporta dentro de España a los sublevados y mantiene en sus tierras a los otros moriscos de Aragón y Valencia. ¿Ha terminado el problema? No.

La expulsión
Los moriscos siguen siendo lo que son: comunidades de cristianos en superficie, que en realidad quieren ser musulmanes. En Valencia se organizan como reino de los cristianos nuevos de moro. Aspiran a una singularidad política en sus relaciones con los señores de la tierra y con la Corona, y al mismo tiempo tienden lazos con África, con Venecia, con Francia..., enemigos de España. La Corona, es decir, Felipe II, nunca ha abandonado la idea de expulsarlos; es la presión de los señores, de los propietarios, la que los mantiene aquí. El compromiso, una vez más, habría podido funcionar, pero, por un lado, la amenaza de los piratas berberiscos seguía existiendo, el recuerdo de la rebeilón de las Alpujarras se mantenía muy vivo, la desconfianza de la población cristiana era invencible. Algunas interpretaciones históricas aluden a un fenómeno de racismo. No es verdad:nadie pensó en expulsar a los gitanos, por ejemplo, ni a los irlandeses. El problema era otro: de política interior y de política exterior. Y terminó reventando a finales del siglo XVII. Fue Felipe III quién tomó la decisión en 1609. No será un proceso inmediato: la expulsión se realizará en fases sucesivas hasta 1616. La cifra exacta está sometida a discusión. En aquella época había en España unos 300.000 moriscos. Los expulsados del país fueron unos 275.000. Un testimonio del siglo posterior, el del franciscano Juan Lendínez, de Torredonjimeno, proporciona datos que se aproximan bastante:

Del Reino de Valencia salieron para el África cerca de ciento cuarenta mil; con algunos que por rebeldes fueron puestos al remo. De Aragón y Cataluña salieron setenta mil; de Castilla la Vieja y la Nueva, La Mancha y Extremadura, otros setenta mil, con tres mil que salieron de Hornachos, y de los Reinos de Andalucía salieron treinta mil que en todos suman trescientos y diez mil personas. Permitióseles llevar sus bienes muebles y semovientes, quedando los raíces a favor de los Señores de los Lugares de quien eran vasallos, en Valencia, Aragón y Cataluña; y en los demás Reinos se aplicaron al Real fisco. Dícese que pereció la mayor parte, y que los demás, dondequiera que llegaron, fueron mal recibidos y tratados; y así afirman ellos que esta expulsión fue la mayor calamidad que han sufrido ellos mismos. Antes de Salir de España, manifestaron cuán bien merecido tenían este castigo, por secuaces de su Profeta falso; y de consiguiente se casaron con muchas mujeres, confesando ser cristianos en la apariencia, y de corazón observadores de Alcorán de Mahoma. Los moriscos de La Mancha fueron conducidos por los pueblos de Jaén; lo que causó notable sentimiento de la piedad cristiana de sus moradores, especialmente, la inocencia de los niños, que padecían la pena que sus padres merecían.

 Lendínez probablemente exagera las cifras. En todo caso, esa fue la imagen que se hizo España de la expulsión de los moriscos.

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Y ahora, la cuestión fundamental: ¿se obró bien?, ¿se obró mal?; ¿fue bueno para el país?, ¿fue malo?. Uno de los grandes historiadores de este periodo, el inglés John Elliot, cuyo libro La España imperial sigue siendo fuente de autoridad, formula un juicio muy ponderado que vamos a repetir palabra por palabra. Dice así:

Resulta plausible la creencia de que la expulsión era la única solución posible. Fundamentalmente la cuestión morisca era la de una minoría racial no asimilada - y posiblemente no asimilable - que había ocasionado trastornos constantes desde la conquista de Granada. La dispersión de los moriscos por toda Castilla, después de la represión de la segunda rebelión de las Alpujarras, en 1570, sólo había complicado el problema extendiéndolo a áreas hasta entonces libres de población morisca. A partir de 1570 el problema morisco fue un problema tan castellano como valenciano o aragonés, aunque sus características variasen de una región a otra.

 En esas condiciones, la pregunta no es si la expulsión fue buena o mala, sino si acaso había realmente otra opción.
No es un episodio agradable de nuestra historia. pero la historia no siempre es agradable. En todo caso, se trata de un hecho que hay que juzgar con conocimiento de sus causas - religiosas, políticas y militares - y en su contexto, tanto interior como exterior. Otras naciones expulsaron a sus minorías. España expulsó a los moriscos. ¿Había otra solución?. Esa es la pregunta.

1 comentario:

conchi irles dijo...

Disiento de tu análisis complaciente sobre la expulsión de los españoles (tu que presumes de serlo), pata el Reino de Valencia fue una drama humano y una ruina ecónómica y cultural, los moriscos o cristianos nuevos llevaban 3 generaciones bautizándose, por si te sirve de consuelo...y el tal Esparza es un cateto si quieres más información sobre el tema te la proporciono, españolito de bien.