viernes, 19 de septiembre de 2008

Derecho a un cuerpo propio. VI

Considerad el mundo de las cosas creadas, cuánta variedad y diversidad de especies, aun cuando todas tienen un mismo origen. Todas las diferencias que se observan son de forma exterior y de color. Esta diversidad es evidente a través de toda la naturaleza.
Contemplad un hermoso jardín lleno de flores, arbustos y árboles. Cada flor tiene un encanto diferente, una belleza peculiar, su propio y delicioso perfume, y un hermoso color. Los árboles, también, cuán variados son de tamaño, de vegetación, de follaje, y ¡cuán diferentes los frutos que producen! Sin embargo, todas estas flores, arbustos y árboles nacen de la misma tierra, el mismo sol brilla sobre ellos y las mismas nubes les brindan su lluvia.
Lo mismo sucede con la humanidad. Está compuesta de muchas razas, y sus pueblos son de diferente color -blanco, negro, amarillo, moreno y rojo- pero todos ellos provienen del mismo Dios.
Si contemplaseis un jardín en el cual todas las plantas fueran de la misma forma, del mismo color y perfume, no os resultaría hermoso en absoluto, sino, por el contrario, monótono y aburrido. El jardín que más agrada a la vista y alegra al corazón es aquel en el que crecen, una al lado de otra, flores de diferente matiz, forma y perfume, siendo este vivo contraste de color el que lo hace atractivo y hermoso. Lo mismo sucede con los árboles. Un huerto lleno de árboles frutales es una delicia; igualmente lo es una plantación de diferentes especies de arbustos. Su encanto reside precisamente en la diversidad y la variedad; cada flor, cada árbol, cada fruto, además de ser hermoso en sí mismo, pone de manifiesto, por contraste, las cualidades de los demás, y muestra la especial belleza de cada uno y de todos ellos.


Así que, no importa si eres blanco o negro, rubio o moreno, alto o bajo, grueso o delgado; lo que verdaderamente importa es que eres único.

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